Qué pasa con el nene

Sábado//Se presentó en la sala local Baby, una obra sobre textos de la norteamericana Susan Sontag, escrita y dirigida por Lorena Ballestero y con las destacadas actuaciones de María Inés Howlin, Silvina Katz, Leonardo Murúa, Leonardo Odierna, Eduardo Pavelic y Élida Schinocca.

Al principio todo parece normal, apenas un grupo de padres asistiendo a una suerte de terapia colectiva para compartir con un especialista algunas pequeñas preocupaciones acerca de la conducta de sus hijos. Nada del otro mundo, insistimos, lo estrictamente normal, lo frecuente en cualquier familia bien constituida de la Costa Oeste, de esas que pueden comprarle a su hijo lo que se le de la gana. Por otra parte, siendo tan abiertos y progresistas como afirman serlo, uno no puede más que pensar que sea cual fuere el problema con sus retoños, no debe pasar de ser una cuestión pasajera, tal vez algún capricho o berrinche, la clásica manifestación de rebeldía adolescente que logra disiparse más tarde que temprano. De modo tal que ahí están las tres parejas, sentadas una junto a otra, aceptando otro enfoque, otro punto de vista que quizá hayan pasado por alto para ver si de una vez por todas las cosas retornan a su cauce.
Pero con el correr del tiempo, y a medida que los personajes van adelantando sus sillas y avanzando sobre el frente del escenario, siempre dentro del rígido contorno de la sala donde se encuentran, las confesiones van develando que estos progenitores no están contando todo lo que debieran. Que hay algo oculto detrás de sus ostensibles esfuerzos por parecer padres normales y corrientes. El relato no lineal, con referencias que van dando saltos constantes en el tiempo, desde los primeros años de la infancia hasta lo que parece ser una prolongada adolescencia, contribuye aún más a tejer una trama donde lo que se dice es apenas una insinuación de lo que verdaderamente ocurrió, pero que no obstante permite al espectador ir entreviendo el fondo dramático del asunto. Tal vez los padres, esos seis personas que cierran filas en torno a su inocencia, que pertenecen a un extraño grupo cuya naturaleza nunca se revela pero que asfixia de solo mencionarlo, tal vez esos padres, decíamos, necesiten que alguien, ese terapeuta, por caso, les diga que ellos no tuvieron ninguna responsabilidad, que están exentos, que han sido extremadamente buenos y no deben preocuparse, que es evidente que hicieron lo mejor que pudieron.
Tres parejas que parecen una, que avanzan en el mismo sentido, tanto más contradictorio a medida que se desarrolla el relato, a despecho del calendario que corre a sus espaldas. Tres parejas que terminan confesando cosas terribles, desesperadas, preguntándole al ignoto psicoanalista que pasó, que pudo haber ocurrido,  en que punto se perdieron y porque ahora no tienen más remedio que encontrarse para llorar la ausencia del nene.