Recorrida por lugares sin conservación

Los historiadores Federico Suárez y Jesús Binetti mostraron a EL CIVISMO diferentes sitios de valor histórico y cultural. A pesar de tratarse de referencias importantes del pasado local, carecen de una política de protección que los salve del abandono.

Muchos de estos lugares están a la vista de todos. Aquello que se ve, sin embargo, no siempre es valorado. Y en cuestiones patrimoniales esta imposibilidad de apreciar lo dado se profundiza si, además, existe una evidente falta de política estatal en materia de preservación y puesta en valor.

Por fuera del casco histórico, donde la Basílica y el Cabildo predominan, la ciudad registra varios puntos valiosos en referencia al pasado local, aunque abrazados por el abandono.

Los historiadores Federico Suárez y Jesús Binetti trabajan desde hace algunos años en la valorización de estos espacios, a partir de tareas de campo que complementan con investigación histórica. Esta semana, guiaron a un equipo periodístico de EL CIVISMO hasta esos lugares. Restos ferroviarios (que incluyen vías férreas y una vagoneta de fines del siglo XIX); un inmueble que perteneció a los hermanos Ameghino; la primera estación del entonces Ferrocarril del Oeste y otros elementos que se remontan a los tiempos de las locomotoras a vapor; los restos de un viejo molino harinero; y un espacio público que brilló durante las primeras décadas del siglo XX pero que hoy se suma al profundo deterioro de la zona turística.  

UNA CASA HISTÓRICA

Cerca de la Redacción de este medio, exactamente a cuadra y media de distancia, todavía sobrevive parcialmente una de las casas que perteneció a los hermanos Ameghino. Está ubicada en la esquina de Dr. Muñiz y Colón. Con el paso de las décadas, la fachada fue sufriendo amputaciones que hicieron desaparecer gran parte de su diseño original, actualmente limitado a unos pocos metros.

Binetti planteó que “históricamente es más importante que la casa que funciona como Museo, ubicada en la calle Las Heras”. Esa primera propiedad fue testigo de los años infantiles de los hermanos Florentino, Carlos y Juan. Vivieron allí hasta 1869. El inmueble de la calle Muñiz fue vivienda de los dos últimos, cuando el mayor de los Ameghino se encontraba fuera de Luján, en plena tarea paleontológica. Binetti contó que “Florentino le enviaba los restos fósiles que encontraba a su hermano Carlos y todo eso pasaba en esta casa”. Si uno se aleja unos metros de la propiedad en dirección a Mariano Moreno, se observa un altillo original. Suárez explicó que ese reducto “fue construido por los hermanos Ameghino y funcionaba como una especie de laboratorio”.

A comienzos de la década del 80, la vivienda fue declarada lugar histórico mediante el decreto presidencial 1.118. Pero mientras que la casa de la calle Las Heras terminó convertida en Museo, la otra propiedad nunca fue expropiada. En agosto de 1985, EL CIVISMO lamentaba la inacción estatal: “Años de gestiones y trámites burocráticos, años de preocupación e interés demostrado por personalidades, científicos, políticas culturales y funcionarios de gobierno, dieron por tierra con la intención de expropiar y recuperar para el patrimonio municipal a las casas de los Ameghino, edificios que además de constituir presencia física en la vida de los sabios, significan reliquias edilicias de un valor histórico cultural y científico para Luján. Hoy nos enteramos con estupor y tristeza mediante una noticia aparecida en un medio que la casa de Colón y Dr. Muñiz pasó definitivamente a ser propiedad privada por posesión veinteñal, con lo que ya debemos ir preparándonos a verla, en un futuro no muy lejano, convertida en escombros y polvo de ladrillos”. 

PARQUE DETERIORADO

En octubre del año pasado, EL CIVISMO informaba sobre el derrumbe de uno de los puentes originales del Parque Ameghino, luego de la caída de una rama de grandes proporciones que dio de lleno en la casi centenaria estructura. En ese momento se procedió a retirarlo del lugar y hasta el momento no fue vuelto a colocar. Sólo sobreviven sus pilotes, como muestra del evidente deterioro de un paseo público que en otros tiempos fue orgullo lujanense. De hecho, se conservan en los archivos las postales de su lago con botes de paseo incluido. Hoy, el cuerpo de agua está seco y sólo permanece uno de los puentes.

En términos históricos, el espacio que actualmente ocupa el Parque Ameghino consistía en una zona baja, frecuentemente inundable. Binetti apuntó que en algún momento funcionó como basural público. A comienzos del siglo pasado, quedó inaugurado el Parque Ramón Santamarina. Hacia la década del 20, la zona se benefició con un proyecto de reforma a cargo del reconocido arquitecto y paisajista Carlos Thays. Nació así el actual Parque Ameghino. 

VÍAS SOBREVIVIENTES

En un punto de la ribera, sobre el terraplén, se conservan restos de un verdadero tesoro patrimonial: restos de vías y una vagoneta de fines del siglo XIX. El material se encuentra completamente abandonado, a merced de cualquier mano interesada en darle un destino privado.

Se trata de un sistema conocido por el nombre de Decauville, en honor a su creador, un productor francés de azúcar a base de remolachas que ideó ese mecanismo como forma de poder sacar su producción.

Consiste en un sistema desmontable. Por eso Binetti bromeó con la idea de que “con dos tramos de vías podías llegar al infinito”. Los durmientes eran de hierro y todavía se conservan algunos, tirados, desperdigados a pocos metros del río. 

“En Argentina se utilizó para ramales chicos, pero en países como México casi toda la red ferroviaria estuvo hecha con esta trocha”, explicó.

Los investigadores apuntaron que en el caso local existe una imagen de 1887 que muestra la existencia de la vía férrea. Sospechan que sirvió para levantar el terraplén que corre paralelo al río. Con una vagoneta se acercaba la tierra, se extendía el montículo y con él se desplazaban las vías. Y así sucesivamente hasta lograr la extensión deseada.  

Cuando llegó el momento de comenzar con la construcción de Basílica, la estructura ferroviaria sirvió para transportar los ladrillos desde el actual barrio San Bernardo hasta el obrador, ubicado en el Descanso del Peregrino. Suárez comentó que “la obra heredó el Decauville que se usó para levantar el terraplén”.

Posteriormente, varios lugares de la ribera mostraron trenes recreativos en diferentes momentos históricos. Al respecto, Binetti dijo que “eran estas mismas vías que se fueron desmontando”.

EL MOLINO

 “Acá nació Luján”, dijeron los historiadores cuando la recorrida llegó a las inmediaciones del puente de la calle Dr. Muñiz. A escasos metros, en propiedad privada, quedan restos de un viejo molino harinero que tuvo distintos propietarios pero que se lo conoce como el Molino de Cordiviola. Sin embargo, la afirmación de los especialistas se remonta todavía más atrás, cuando el lugar contenía el casco de la Estancia de Ana de Matos, primera morada de la imagen de la Virgen y sitio del primer oratorio ya en tierras de la actual ciudad.

“Este es el punto fundacional de Luján. El tramo más viejo del camino real es este. Estaba el cruce del río. La senda del camino real la podemos tomar en la actual avenida Dr. Muñiz. El paso obligatorio para cruzar el río Luján era este, porque era un vado”, explicaron.

Algunos metros en dirección al barrio San Cayetano, a la altura del predio que ocupa la Escuela de Fútbol Menotti, sobrevive el último de los zanjones (pequeño arroyo) que delimitaban el paisaje lujanense en tiempos coloniales (los otros tres fueron tapados como consecuencia del avance de la ciudad). 

“Cuando uno ve los zanjones, no solo se trata de accidentes geográficos, sino que determinaban la espacialidad de todo el lugar. El criterio de establecer la Estancia de Ana Matos fue ubicar el punto más alto, encerrado por el río, este zanjón y otro ubicado a la altura de Ituzaingó y Las Heras. En ese momento, la seguridad era el criterio principal debido a la presencia indígena. Y si pensamos en el segundo sector de desarrollo del actual Luján, que fue la ubicación de la capilla de Montalvo, también estaba delimitado por un arroyo a la altura de Dr. Real. Más de 300 años después, lo primero que se inunda de Luján es Ituzaingó y Las Heras y Dr. Real. Esto indica que los niveles históricos no se alteraron totalmente”, expusieron.

Mucho tiempo después, para mediados del siglo XIX, la zona conoció el molino harinero de los hermanos escoceses Jammes, derrumbado por una crecida. Hasta el trabajo recientemente encarado por las famosas dragalinas destinado a remover el barro del fondo del río, se conservaban de aquella época los restos de la represa. El trabajo de Provincia, sin embargo, destruyó ese vestigio patrimonial.

La actividad de molienda continuó con la sociedad Bancalari-Descalzo: “Armaron un molino de buenas proporciones con un sistema austro-húngaro, que movía las poleas de molienda por la fuerza del río, mediante un canal. Cordiviola lo compró en 1878. En 1898 lo amplió”, comentaron los historiadores.

Todavía se conservan parte de la sala de máquinas y el sistema que utilizaba las aguas del río para hacer mover las ruedas de molienda. En 2013 los investigadores lograron rescatar una de las piezas, que actualmente se expone en el Museo Casa Ameghino. 

EL TREN

Sobre uno de los laterales de la actual estación ferroviaria se preserva la primera construcción correspondiente al entonces Ferrocarril del Oeste, que data de 1864. La construcción original incluía una estructura de iguales características, unida a la primera por un tinglado a dos aguas, bajo el cual corría la línea férrea.

“Cuando en 1911 se inauguró la actual estación, la antigua fue utilizada como depósito. Pero rápidamente el ferrocarril dividió el edificio y lo entregó como vivienda de algunos trabajadores. Esas familias no se fueron nunca más. Es probable que algunas de las familias que actualmente lo ocupan sean descendientes de aquellos primeros trabajadores que vivieron en el lugar”, comentaron Suárez y Binetti.

Hacia la calle Sparapani, dentro del predio ferroviario, se conserva otra reliquia, de 1906. Tiene la apariencia de una enorme canilla de varios metros de alto que proveía de agua a las locomotoras a vapor: “En aquella época, los trenes a vapor tenían que cargar su caldera cada 20 kilómetros. Esto explica, por ejemplo, el surgimiento de Carlos Keen. El pueblo no se fundó por la estación, se fundó a partir de la instalación de una de estas canillas. Era todo campo y como estaba a 20 kilómetros de Luján tuvieron que colocar una bomba. La gente empezó a pedirle al tren que lo lleve o le transporte cosas. Después vino la estación. En Carlos Keen todavía se conserva el pozo”, describió Binetti.

Dentro del mismo predio, a pocos metros de la avenida Lorenzo Casey, se conserva otro vestigio ferroviario. Se trata de una gran estructura de hierro en forma circular, que sirvió como playa de maniobras.

“En la época de los trenes a vapor hacerlos cambiar de dirección era muy complicado. Esto fue una gran playa de maniobra para dar vuelta los trenes. Hay gente que lo vio funcionando hasta la década del 80. Resulta que muchas máquinas diesel, si bien tenían la misma cantidad de marchas hacia un lado o hacia el otro, diferían en los compartimentos de los maquinistas, uno de los lados era más espacioso. Entonces para ir más cómodos lo siguieron usando hasta el 80”.

Cada uno de los espacios mencionados está librado a su suerte. Es decir, como sucedió con el puente caído del Parque Ameghino que jamás fue repuesto, o el abandono de las piezas de trocha angosta que resisten el paso del tiempo y las crecidas entre malezas, nada lo protege.

No hay acciones de gobierno para conservar valores que, si se destruyen, se rompen o son robados, nunca podrían reponerse. Y tampoco hay elementos para informarles a vecinos y visitantes qué tan relevante es el sitio o la máquina que están observando. Una carencia que fácilmente, hasta lograr políticas públicas de preservación del patrimonio, se subsanaría con una adecuada señalización.