"La presencia indígena fue fundamental"

"En tiempos en que la sociedad condena a los mapuches como indios "chilenos" o a los tehuelches como "argentinos", es necesario repasar aspectos que tienden a refutar esos conceptos", sostuvo el historiador local.

Según el Padre Salvaire en su “Historia de la Virgen de Luján”, el cacique José María Raylef murió a los pies del Altar de la Virgen de Luján, al momento en que se encontraba de visita en nuestra ciudad. Previo al deceso del cacique, el sacerdote dejó asentado que el indio le afirmó haber visto “a una señora que venía a llevárselo al cielo”. Al otro día, Raylef fue enterrado en el actual Cementerio Municipal, convirtiéndose en el símbolo del indio cristianizado, en convivencia con el Estado Nacional y muy lejos de la Campaña al Desierto financiada por grupos económicos de élite y que aniquilaría a un gran porcentaje de la población originaria.

Repasando los orígenes de Luján, la presencia indígena tiene un papel más que fundamental. En tiempos en que la sociedad condena a los mapuches como indios “chilenos” o a los tehuelches como “argentinos”, es necesario repasar aspectos que tienden a refutar esos conceptos. Quizá traerlos al presente, con sus nombres, su cosmovisión y sobre todo los aspectos socio-políticos sean un buen comienzo para entender mejor la identidad de nuestro Luján y nuestros antepasados.

Para 1612 el cacique Tubichaminí consiguió un permiso del gobernador Hernandarias para establecerse cerca del pago de la estancia de la Virgen y sobre el río Luján. De buenos vínculos con el gobierno, rompió relaciones en 1672 y pasó a  merodear con su tribu la estancia de Ana de Matos. La falta de cumplimiento de los vínculos comerciales con el Cabildo y los “malos tratos” hacia las reducciones jesuitas, derivó en que este cacique se convirtiera en un escollo para los planes de instalar un fuerte a las orillas del Luján, cerca del Paso del Camino Real.

Quizás el cacique con más influencia en el proceso de identidad local fue Manuel Calelian. Instalado en las cercanías de Chivilcoy y sobre el camino a Salinas, en 1737 sufrió la congoja de encontrar asesinado a su padre por las milicias de frontera. Varias veces se encargó de invadir el caserío y las estancias lujanenses, demostrando su rabia hacia las autoridades bonaerenses. Conjuntamente con Cangapol y Yahatti - el primero apodado el “Bravo” e instalado en la Sierra de la Ventana, el segundo cerca de Mar del Plata -, malonearon desde el sur de la provincia las estancias de las jurisdicciones de Luján, Matanzas y Areco. Las hostilidades recrudecieron producto de las campañas punitivas hacia los dominios indígenas en búsqueda de la sal y el ganado cimarrón, que motivaron al Cabildo de Buenos Aires a iniciar una serie de expediciones al mando del maestre de campo Juan de Dios de San Martín. El resultado fue el ataque a las poblaciones originarias del Salado y la muerte del cacique Tolmichiya, aliado y primo de Cangapol.

Cerca de un lustro de intranquilidad y el deceso del comercio por una frontera caliente, derivó en la Paz de Casuatí en 1742, para poner una relativa calma a las hostilidades entre indígenas e hispano criollos. Este tratado fue fundamental en la historia lujanense y aprovechado por el gobernador de Buenos Aires, Miguel de Salcedo, quien le solicitó a la estanciera Magdalena Gómez de Díaz Altamirano que donara parte de sus terruños para lotear el caserío de Luján y diagramar su plaza principal (hoy Belgrano). La testamentaria de esta señora fue fechada el 3 de enero de 1742 y producto de esta paz, se comenzó a “urbanizar” Luján, paso anterior a convertirse en Villa Colonial.

Calelian se apostó cerca de Luján, posiblemente en las cercanías de Jáuregui luego de firmar la paz y con intenciones de reducirse y bautizarse. Sus planes quedaron truncos ya que murió en 1745, al arrojarse al Río de la Plata desde el barco que lo transportaba como detenido, luego de ser acusado de organizar un malón sobre el poblado lujanense.

Cabe destacar que la presencia indígena tuvo aspectos claves en la economía del siglo XVIII: el comercio, el trabajo en las cementeras y el intercambio de productos con el hispano criollo, vinieron a conformar un conglomerado de relaciones culturales y políticas bajo una convivencia que no siempre fue motivo de guerra. Generalmente los malones sobre los poblados se llevaban a cabo por las disputas territoriales y el ganado que estaba en dominio indígena pretendido por las autoridades. 

 

UN GRAN MALÓN

 

En 1780 la Villa de Luján fue azotada por un malón de grandes dimensiones y rodeada de un halo milagrero. “Los infieles” no lograron entrar en el caserío por la intervención divina de una niebla que cubrió la plaza de Luján. El malón de “San Agustín” fue ideado por los caciques Linco Pangui y Negro, en protesta al adelantamiento progresivo de la frontera que desde 1774 traspasaba el río Salado. A su vez, las milicias de Juan José Pinazo asesinaron al cacique Linco, padre de Linco Pangui y a toda su tribu asentada sobre las sierras de Tandil. La instalación de un sistema de fortines más allá del Salado y la entrada de los araucanos provocó que los indígenas pampeanos se aglutinaran en el centro y sur bonaerense.

El proceso de la independencia, las guerras civiles y la Generación del Ochenta bajo la concreción del estado liberal, motivaron que en el siglo XIX, los pueblos originarios fueran considerados una “molestia” para la apertura de la inmigración y del Estado “agro-exportador”. La Campaña del Desierto se encargaría de diezmar a cerca de 5.000 indígenas y de la apropiación de grandes extensiones de campo. En 1879 el famoso cacique Pincen pasaba por la estación lujanense, engrillado para su detención en el Retiro y muy lejos del simbolismo del indio bautizado Raylef.*Historiador