Decena de testimonios describe tráfico de bebé

En poco menos de dos semanas, este medio pudo reconstruir ocho casos relacionados a lo ocurrido durante tres décadas en centros de salud locales. Los relatos ponen al descubierto una extensa red donde interactuaban actores de diferentes ámbitos. Se presume que sólo en Luján existen decenas de víctimas. A personas que buscan conocer sus orígenes biológicos, ahora se suman dos mujeres que denuncian haber sufrido el robo de sus bebés recién nacidos.

Por Agustín Gigante y Nicolás Grande

 

A partir de una serie de testimonios de personas que buscan dar con sus orígenes, quedó al descubierto una trama que funcionó en Luján vinculada a la entrega ilegal de bebés.

La metodología subterránea -con complicidades que alcanzan a diferentes actores, estamentos y hasta el poder político de la época- duró décadas: bebés dados en forma directa a parejas que los inscribían como de su propia sangre, cortando así cualquier lazo biológico y violando el derecho a la identidad. Esto se repitió entre los años 60 y 80.

En dos semanas, EL CIVISMO pudo dar con seis personas que se encuentran en la misma situación, una pequeña muestra de un universo que se presume muy extenso. Cuatro decidieron hacer pública sus historias de vida. Las otras dos optaron por contarlas en el ámbito privado. De cualquier manera, en todas se repiten métodos y nombres de profesionales de la salud: el doctor Ricardo Ricci y, en algunos de los relatos, también la partera Hortensia Ramón de Cortada. Luego de partos realizados tanto en el Hospital Municipal como en la Clínica Güemes, los bebés eran entregados a otras familias. También habrían existido vínculos con instituciones religiosas, como parte de un rol que todavía no termina de quedar claro, aunque se mencionan intervenciones de monjas en una de las entregas.

Por el volumen de los casos y la importancia de los sectores involucrados, sumado a la reconstrucción que en esta edición se ofrece sobre lo ocurrido en Mercedes para la misma época, sobran indicios para pensar que en estos intercambios mediaba dinero.

La exposición de los testimonios visibilizan la vulneración de la identidad de cientos de personas en la región (en Mercedes hay registrados al menos 70 casos y se estima que en nuestro distrito sería una cantidad similar). Además, muchas madres de otros pueblos o ciudades venían a parir a Luján para luego dejar a su hijo en manos de los médicos que hacían de intermediarios.

Sin embargo, nuevos registros a los que tuvo acceso este medio exponen otra arista de estas maniobras: el robo de bebés. Dos mujeres denunciaron haber sido despojadas de sus hijos minutos después de que nacieran. Nunca más supieron nada. Hoy todavía los siguen buscando. De esta forma, comienza a ponerse en cuestión el carácter supuestamente voluntario de las entregas por parte de las madres biológicas.

ARRANCADO

En 1973, Susana Beatriz Manteiga tenía 14 años y estaba embarazada. Llegó sola al Hospital Municipal y se fue sola arriba de un remís a su casa de General Rodríguez. Tuvo un varón que llegó a ver escasos segundos. Hoy, esa persona tendría 45 años y tal vez no sepa de sus verdaderos orígenes.

“Nunca pensé en dar ese bebé. Me lo sacaron. Cuando me llevaron (a la habitación) me lo sacaron, nadie me decía nada. Hasta el día de hoy no supe nada más”, contó.

Susana vivía en el barrio Güemes de General Rodríguez, junto a su madre y sus hermanos. “Mi mamá no fue conmigo al Hospital porque estaba cuidando a mi hermanito que estaba enfermo. Ella estaba sola cuidándonos. Entonces me tuve que ir sola”.

Era un 10 de agosto por la tarde. Y Susana no olvida la secuencia. “El doctor Ricci estuvo en mi parto, con otra mujer que no sé quién era. La verdad es que fue todo muy rápido. Llegué a verlo en la cuna, de costado. Me llevaron casi de prepo a la sala. Una enfermera llamada ‘Lola’ me dijo que me habían cambiado la edad, que tenía 18 años y no 14. Andá a saber si no me cambiaron el nombre también (en los registros del Hospital)”, explicó. Los vestigios de su  memoria le permiten creer que ese bebé era un niño: “Me dijeron que era un varón. Lo vi en la cunita, después me llevaron, me dieron una inyección para la hemorragia y me mandaron a mi casa en un remís. Nunca más lo vi”.

La niña les escondió el embarazo a sus padres hasta último momento. Era otra época, donde el temor atravesaba las relaciones intrafamiliares. “A mi papá le tenía mucho miedo, por ahí le levantaba la mano a mi mamá. Fue muy triste mi infancia. Yo era muy cerrada. Tenía miedo, me la pasaba llorando. Me iba a trabajar con cama adentro para no estar cerca de mi padre. Ahí es cuando quedo embarazada. Mis padres estaban recién separados. Nosotros estábamos todos trabajando para poder sobrevivir, éramos todos chicos. Yo había terminado la escuela y estaba cuidando unos nenes”.

Las esperanzas de poder encontrarlo estaban enterradas. Pero, ante la difusión de otros casos similares, decidió hacer pública su historia, motorizada por su propia familia. “Ahora que apareció esta chica (Alejandra Peiti) que empezó a hablar del doctor Ricci, mi hija se interesó, porque es lo que yo conté toda mi vida. A mis hijos nunca se lo guardé, siempre lo conté. Entonces ellos empezaron a sacar conclusiones de la gente que está buscando y que nombran mucho al doctor Ricci”.

Susana tiene dos hijos, que quieren conocer a su hermano perdido. “Marina es la que está atrás de todo esto porque lo quiere encontrar. Yo no tengo esperanzas ya porque no tengo datos firmes para encontrarlo. Si apareciera alguien más o menos de ese tiempo, que por ahí le cambiaron la fecha a él también del nacimiento. A lo mejor del mismo año pero con otro día. Como hicieron conmigo, habrán hecho con él”, supone.

Con el doctor Ricci ya muerto, en el Hospital tampoco obtuvo respuestas. “Para mí es muy difícil al cambiarme mis datos. Y a lo mejor los padres que lo criaron no le dijeron que es adoptado, que a veces pasa. Pero nunca falta alguien de la familia que diga que es adoptado. Ahí a lo mejor es como empiezan a buscar. Lo único que quiero es conocerlo, verlo, saber cómo es, cómo se llama. Yo sé que a esta edad, con 45 años, debe tener su vida hecha. Somos unos desconocidos prácticamente. Pero es la misma sangre”.

Por eso, la mujer se realizará un análisis de ADN para poder cotejar con otras personas que buscan a sus padres biológicos. “Para mí lo vendieron. En ese tiempo, todos empezaron a comentar del doctor Ricci, que vendía a los chicos, que se los sacaba, que le decían que habían muerto. Se lo sacaban y los vendían”, expuso.

MUERTA SIN CUERPO NI ACTA

Rosa Ferraro está convencida de que su hija está viva. “Me la robaron”, denuncia. La mujer tuvo el parto en su casa y a la niña se la llevaron en un jeep de color blanco al Hospital. Cuando llegó al nosocomio de la calle San Martín, le dijeron que la recién nacida había fallecido. Sin embargo, nunca le entregaron el cuerpo ni el acta de defunción. Ni siquiera pudo ver sus restos.

Nacida en Santa Anita, departamento de Uruguay en Entre Ríos, llegó a Luján junto a sus cuatro hijos y su marido. Vivían en un campo del barrio Champagnat, cerca de la avenida Fray Manuel de Torres. Su quinto hija iba a llevar el nombre de Teresa Luján porque era la primera nacida aquí.

Rosa se descompuso una mañana de septiembre de 1976, aunque no recuerda bien qué día. “Una vecina llamó la ambulancia, pero vino un jeep de color blanco. En ese tiempo ya estaban los militares. Eran dos médicos y una mujer, yo no les vi bien la cara. Eran médicos, tenían guardapolvos blancos”, cuenta, aunque nunca supo los nombres de las personas que la atendieron. Todo fue rápido: cuando llegó la atención ya estaba en trabajo de parto, por lo que la bebé nació allí.

Cristina, hija de Rosa, tenía 6 años y recuerda la situación: “Era un jeep cortito, abierto, de esos que no eran cerrados. En ese se llevaron a la nena”.

La madre continúa el relato: “Apenas nació, me sacaron la nena y se la llevaron. Lo único que vi es que se chupaba el dedo. Nació con hambre. La nena lloraba, era grandota. Me dijeron ‘ahora te vienen a buscar’. Pasaron 20 minutos y vino la ambulancia y me llevaron al Hospital. Cuando llegué, me dicen que lamentablemente mi hija había muerto”.

Sin embargo, su instinto le decía otra cosa: “¿Cómo que murió? Quiero verla. Viva o muerta, quiero verla porque yo soy la madre”, cuestionó en el Hospital. “Me decían que no porque yo estaba jodida”, cuenta ahora. “Le dije a mi marido ‘andá a fijarte y que te muestren la nena’. Pero se lo negaron también. Le dijeron ‘comprá un ramo de flores’”.

A los tres días, le dieron el alta y se fue directamente al Cementerio Municipal del barrio El Quinto. Pero allí otra vez una negativa: “Preguntamos si había entrado una nena y nos dijeron que no. Tampoco nos dieron acta de defunción. No nos dieron nada. Fuimos derecho al cementerio porque yo decía que no podía ser que mi hija estuviese muerta”.

Años después, regresó. “Cuando la nena desapareció, a los ocho meses nos fuimos a Ingeniero Maschwitz. Estaba mal. Después volví y fuimos de nuevo al cementerio. Ahí abrieron los libros. Miraron del 70 para arriba y no había ninguna persona Ferrero ni ningún bebé en esos años”, recuerda.

Rosa ya había perdido un hijo en otro embarazo. “Lo llevamos al cementerio y todo. Yo lo vi en la incubadora muerto”. Pero en este caso nunca vio el cuerpo de su beba: “Me lo tendrían que haber mostrado a mi o al padre. Desde ese momento que nació, nunca más la vi. Ni muerta ni viva. Yo les decía que si había muerto que me la mostraran. Queríamos al menos enterrarla, hacernos cargo. ‘Usted no la puede ver porque está enferma, que esto, que aquello’, me decían. Fue mi marido, peleó, todo y no. No estaba más la nena”.

Por eso, supone que su hija ni siquiera llegó al Hospital. “No debe haber figurado ahí si no nació ahí. La dieron, la vendieron o algo. Se llevaron la nena y listo. Fue un robo”, sintetiza.  

“Yo sé que mi hija está viva. Lo tengo acá”, afirma mientras se apunta al pecho. “Sé que Dios me va a ayudar y que a mi hija la voy a encontrar viva”.

La historia de Alejandra Peiti, nacida en 1970 y entregada a una familia de Chivilcoy, reavivó la esperanza. A pesar de la diferencia de años, Rosa quiere hacerse el análisis de ADN para compararlos. “Cuando vi la foto, para mí se parecen: las orejas, la carretilla”, planteó Cristina aferrada a una ilusión -aunque mínima sea- para dar con su hermana.