Juan Creaghe: una vida de película 

El médico irlandés falleció el 19 de febrero de 1920, lejos de Luján, la ciudad en la que fundó un periódico y una escuela de tendencia anarquista. Fue una figura clave del anarquismo argentino en su momento de mayor auge. En sus últimos años acompañó el proceso revolucionario en México.

La mañana había arrancado convulsionada. No era la primera vez que la policía pretendía pasar por alto la libertad de expresión. El viejo barbudo conocía bien esos atropellos por la sencilla circunstancia de haberlos sufrido en carne propia varias veces. Sus ideas, como la de tantos otros compañeros en aquel comienzo de siglo, molestaban. Mucho más su porfía de difundirlas hasta volverlas contagiosas entre millares de trabajadores.

Logró poner en alerta a varios obreros, quienes sin dudarlo lo secundaron hasta la imprenta. Los uniformados tomaron posiciones dispuestos al asalto. Pero el viejo barbudo no se intimidó. Subió los ejemplares a un carruaje, empuñó el revólver y dio la orden de avanzar hasta la redacción. Los obreros rodearon el coche y caminaron al grito de ‘viva la anarquía’ ‘viva la Federación Obrera Regional Argentina’ ‘viva La Protesta’.

Ya en el local, la tensión no cesó. El viejo se parapetó detrás de un escritorio. La policía afuera, lista para entrar e incautar los ejemplares. “Para saquear la imprenta, primero tendrían que pasar por encima de mi cadáver”, gritaba sin apartarse del revólver. La resistencia logró su objetivo. Los uniformados se retiraron y ese día, allá por mediados de 1903, lo ocurrido se narró de boca en boca en varias calles de la Ciudad de Buenos Aires, donde había tenido lugar el particular episodio.   

El viejo barbudo era médico. Y no era un hombre de armas tomar, salvo situaciones excepcionales que tensaban su fuerte temperamento, generalmente fomentadas por la injusta e ilegal represión estatal. Era, en cambio, un hombre de profundas convicciones que podían resumirse en la defensa irrestricta de la dignidad humana. Quizás por eso se volcó al ideario anarquista, aquel movimiento que en Argentina alcanzó su esplendor durante la primera década del siglo pasado y lo tuvo entre sus principales animadores. Aquellos militantes aportaron una cosmovisión política, social y cultural alternativa al orden imperante. De ahí el empecinamiento represivo que mostraron diversas agencias estatales. 

Se llamaba Juan Creaghe, oriundo de Irlanda. Y el periódico que esa mañana de 1903 defendió con uñas y dientes era una de sus tantas creaciones. Habían pasado seis años desde que se sumó al primer grupo editor. Así se fundó La Protesta Humana (posteriormente el nombre quedó reducido a La Protesta), sin pensar que se convertiría en el órgano central del anarquismo rioplatense, con fuerte influencia en toda Latinoamérica. Su aporte resultó clave, al punto de ser considerado por sus contemporáneos como el fundador y principal impulsor del diario en aquella primera década de vida. En 1904 facilitó los fondos para la compra de la primera imprenta propia. De esa manera, La Protesta se transformó en diario e inició su camino ascendente.

Creaghe adoptó a Luján como su residencia entre 1890 y 1911. Este mes se cumplen 100 años de su fallecimiento, ocurrido muy lejos de tierras lujanenses.

EL ANARQUISMO EN LUJÁN

Creaghe fue un prototipo del militante integral que promovía el anarquismo. Vehemente y tierno según las circunstancias; intransigente pero con la suficiente maleabilidad de pensamiento para detectar las contradicciones de un sistema capitalista que entendía enemigo de la dignidad humana. Amante de la palabra, pero capaz de sostenerla en los hechos. En definitiva, una suerte de apóstol de una revolución que imaginó posible y necesaria.

Como médico solía asistir gratis a los sectores empobrecidos de la vecindad lujanense, incluida la provisión de medicamentos. En un clasificado de 1907 aparecido en el periódico La Opinión para anunciar su mudanza a la actual calle Mariano Moreno, frente a la plaza Colón (anteriormente ocupó un domicilio ubicado en Rivadavia y Mitre), aclaraba que sus servicios eran gratis para los “proletarios”. Esta vocación solidaria, que algunos vecinos retribuían con verduras o animales, lo llevó a ser conocido en la localidad como el “médico de los pobres”.

Igual desprendimiento tuvo con incontables propuestas anarquistas, a las que solventó económicamente: “Hace tiempo que estoy penetrado con la verdad de que se debe a los oprimidos la restitución y considero que todo lo que me sobra después de haber pagado mis gastos de vivir, pertenecen en justicia a los explotados”, escribió en octubre de 1909.

No existen mayores datos de sus primeros años en Irlanda. Diversos investigadores ubican su nacimiento en 1841, posiblemente en la ciudad Limerick. Iguales dudas generan las características de su entorno familiar, aunque la posibilidad de estudiar medicina en un país devastado por la llamada ‘hambruna de la patata’ indicaría su pertenencia a un sector económicamente acomodado. Se graduó como cirujano en el Royal College of Surgeons de Dublín. Completó sus prácticas y luego emigró por primera vez a la Argentina.

Aquella estadía inicial lo llevó a la zona de Navarro. Puede adivinarse una inmigración motivada por la presencia de otros coterráneos en ese sector bonaerense. Para 1890, se trasladó a Inglaterra, donde palpó los efectos sociales de la revolución industrial y su sumó a la Liga Socialista que comandaba William Morris. Poco después, sin embargo, abrazó el ideario anarquista, postura ideológica que mantuvo hasta su muerte.

Hacia 1892, Creaghe ya era un vecino de Luján. Su llegada a la ciudad definió el perfil que el movimiento anarquista adquirió en el plano local. Aunque posiblemente no se haya tratado de un espacio numeroso, sí tuvo un impulso considerable, capaz de integrar a vecinos de diferentes procedencias sociales. Así lo atestiguan varias actividades que desde entonces se desarrollaron en la localidad. Por ejemplo la existencia del Centro de Estudios Sociales de Luján, la realización de conferencias (en 1898 visitó la ciudad el famoso conferencista italiano Pietro Gori, ante una nutrida cantidad de público) y varias movilizaciones que, en general, funcionaban como reacción al perfil lujanense de centro católico y despertaron, en varias ocasiones, la intervención policial.

En Creaghe, el anticlericalismo fue un principio fundamental y la persecución estatal un padecimiento habitual. Lejos del imaginario construido, el anarquismo argentino se mostró bastante reacio a métodos violentos. Y si bien existieron episodios de ese tipo, operaron más como excepción que como regla. El problema era, en realidad, el bagaje de ideas que pregonaba, tan amplias como integrales. Además del conocido discurso obrero (que impactó fuertemente en las primeras organizaciones gremiales de peso existentes en el país), el anarquismo cuestionaba las concepciones sobre la educación, la familia y la patria, por nombrar puntos de un amplio campo de la vida social. En muchos sentidos se mostraba como una ideología muy avanzada a su tiempo histórico. Una de estas concepciones vanguardistas quedaron expresadas en un escrito de Creaghe de 1894: “En todos las innovaciones económicas, políticas y religiosas, los innovadores han tratado de libertar a los hombres; todos se han lamentado de la tiranía que sobre ellos pesaba, en tanto que de la mujer no se han ocupado, dejándola en olvido, como un mueble que no tiene más que un uso. Los anarquistas hemos sido los primeros en considerarlas iguales a los hombres en razón a que componen la mitad de la Humanidad”.

Un documento de 1903 ratifica la vigencia del pensamiento anarquista en Luján. Por aquel entonces, la jefatura central de policías, con asiento en la Ciudad de Buenos Aires, hizo llegar a dependencias bonaerenses y de otras provincias una extensa nómina de anarquistas alcanzados por el despliegue represivo, enmarcado en la Ley de Residencia aprobada un año antes, artilugio que buscó darle cierto cariz de legalidad a la expulsión de ácratas (Creaghe estuvo varias veces al borde de ser deportado). Era una auténtica lista negra que dividía a los nombrados en tres categorías. La última de ellas era la más numerosa e incluía -desde la óptima policial- a “individuos sospechados de ser anarquistas o agitadores que incitan a la violencia a las clases obreras, a quienes se les ha prevenido que si reinciden en esta conducta serán expulsados del país y sobre los cuales es necesario que la policía ejerza una constante vigilancia”. En el caso de Luján, el listado sumaba once vecinos, incluido Creaghe, un número mayor al de casi todas las localidades bonaerenses mencionadas, a excepción de La Plata y Bahía Blanca.

MANOS A LA OBRA

El médico irlandés fue un empedernido divulgador del ideario anarquista. La primera experiencia propia tuvo sede en Luján y llevó por nombre El Oprimido, un periódico que apareció entre 1884 y 1887. Allí, Creaghe esbozó su postura a favor del anarquismo organizacionista, una tendencia que paulatinamente hegemonizó el movimiento y opacó a la corriente vigente hasta ese momento, conocida como individualista o antiorganizacionista. Puede decirse que El Oprimido ayudó de manera significativa a la difusión de esta nueva concepción (favorecida fuertemente por la presencia en el país de Errico Malatesta, con quien Creaghe mantuvo relación), que se materializó en la consolidación de las ideas libertarias entre la clase obrera y la multiplicación de las denominadas Sociedades de Resistencia de orientación anarquista.

Además, revisar el archivo de sus páginas permite rescatar del olvido la mirada que su fundador mantuvo sobre una amplia variedad de temas. Esta capacidad de pensar la realidad en sus múltiples facetas lo transformó en habitual protagonista de los debates ideológicos que se daban hacia dentro del anarquismo y también en el cruce con otras corrientes de pensamientos imperantes en la época (es conocido el intercambio de ideas que mantuvo con José Ingenieros en las páginas del periódico La Montaña).

Otra huella de su paso por la ciudad data de 1907. Ese año logró un viejo anhelo con la creación de la Escuela Moderna de Luján, una propuesta educativa que significó uno de los varios intentos anarquistas de intervenir en ese campo. Fue un establecimiento tipo internado, de carácter mixto, que durante su corta existencia combinó teoría con prácticas rurales. El programa de estudio abolía los castigos físicos y “el viejo método autoritario de enseñanza que consiste en imponer a los demás y por las fuerzas opiniones e ideas que carecen de toda garantía de ser razonables”, según explicaba en una especie de manifiesto difundido días antes de su inauguración, en septiembre de ese año.  

La Escuela Moderna de Luján se presentó como una alternativa tanto a la educación estatal como aquella de raíz confesional. Por eso implicó un desafío que funcionó de llamado de atención en las elites gobernantes. En 1909, el siempre presente aparato represivo tuvo la oportunidad de cortar de cuajo experiencias como la desarrollada en Luján. Durante el estado de sitio decretado en noviembre, el establecimiento fue clausurado y su mentor detenido varios días en condiciones deplorables.

SUS ÚLTIMOS AÑOS

La nueva detención y las desavenencias internas en el anarquismo parecen haber marcado un punto de inflexión para Creaghe. Sin mayor actividad durante 1910, en septiembre del año siguiente el médico decidió abandonar el país atraído por las noticias referidas al proceso revolucionario en México.

Al llegar a ese país (previo paso por Chile y Perú) se entusiasmó rápidamente por los hechos acontecidos y quedó deslumbrado por la figura de Emiliano Zapata: “Compañeros de La Protesta, debéis hacer todo lo posible para dar la prominencia más grande a los sucesos de Méjico, porque no puede haber mejor propaganda entre los parias de cualquier parte del mundo que sea; el hermoso ejemplo de un pueblo que se levanta en armas para tomar posesión de aquella fuente fundamental de toda producción que es la tierra”, escribió desde Los Ángeles, donde tomó contacto con la facción anarquista de la revolución liderada por Ricardo Flores Magón.

En 1913 tuvo un fugaz regreso a Luján, para volver definitivamente a Estados Unidos, donde colaboró con el movimiento anarquista de ese país. El itinerario de Creaghe culminó en un hospital psiquiátrico del Estado de Washington. Allí falleció el 19 de febrero de 1920. Una carta escrita por Magón, quien en ese momento se encontraba detenido, indica que la muerte encontró al médico en difíciles condiciones: “Los últimos años de este luchador por libertad fueron de tal naturaleza que hacen a uno estremecerse. Él, que amó a la humanidad, fue blanco de todos los tratamientos inhumanos. Él, que soñó la libertad, fue privado de todos los privilegios humanos. Él, que luchó para que cada criatura humana pudiera tener un hogar, no tenía un albergue propio”.