Una franja joven, especialmente marginalizada, no parece encontrar encuadre institucional de contención y empieza a quedar cada vez más al margen de acuerdos mínimos de convivencia.
Lo ocurrido en algunos puntos de Luján durante la noche del miércoles resulta verdaderamente complejo, tanto que hasta se vuelve difícil de designar. ¿Saqueos? ¿Intentos más o menos masivos de robos? ¿Pillaje duro y puro? Más allá de las denominaciones, la situación dejó al desnudo un delicado contexto social.
Si bien al momento de escribirse esta columna los hechos acababan de desarrollarse, y por lo tanto todavía no se conocía una voz oficial que brinde explicaciones o teja hipótesis, la secuencia registrada no parece obedecer a un plan premeditado, es decir, organizado por algún sector, sino producto de una articulación difusa sin un aparente centro aglutinador. Tampoco se advierte el componente de un estallido basado en la necesidad -que efectivamente la hay- como ocurrió mayoritariamente en aquellos recordados episodios de 2001.
Hay un dato que resulta ilustrativo de este carácter inorgánico. Durante toda la tarde del miércoles, mientras se replicaban rumores de posibles saqueos, muchos referentes de organizaciones barriales expresaban en conversaciones informales con periodistas de este medio un panorama de calma en los barrios de la ciudad. Dicho en otras palabras no encontraban elementos para anticipar lo que ocurriría pocas horas después.
Esto expresa los límites que empiezan a encontrar los propios espacios barriales en el contacto con algunos componentes de esos barrios. Hablamos de una franja joven, especialmente marginalizada, que no parece encontrar encuadre institucional de contención y que empieza a quedar cada vez más al margen de acuerdos mínimos de convivencia, posible mano de obra de las redes del narcomenudeo -del que son también consumidores- y protagonistas de hechos de inseguridad. Una realidad que complejiza cada vez más las dinámicas de muchos barrios de la ciudad, como parte de un proceso lento pero sostenido en el tiempo de desintegración y degradación social. Y que obliga a repensar las formas de intervención en los territorios, toda vez que ya no alcanza con ayudas focalizadas, sino que se trata de problemáticas más integrales y, por lo tanto, más complejas, para los cuales las formas ensayadas en las últimas décadas se vuelven obsoletas.
Cuando todo eso se mezcla en contextos sociales más generales de crisis como el actual, el resultado se vuelve incierto y angustiante; con escenas que parecen ajenas a una ciudad que, también hay que decirlo, suma actores con poder de decisión que todavía siguen sin ver y accionar positivamente sobre esa trama, perdidos en debates estériles basados en imaginarios idealizados que ya nada tienen que ver con este presente cada vez más complicado.