Unas 30 viviendas sin terminar comenzaron a ser derrumbadas por la Municipalidad y con un gran despliegue policiales tras ser ocupadas el fin de semana. Al drama habitacional se agrega la sombra permanente del delito.
En el barrio Santa Marta, la crisis habitacional y la marginalidad volvieron a quedar expuestas con la toma de tierras y un conjunto de viviendas inconclusas y su posterior demolición ordenada por la Municipalidad.
Desde la mañana de este martes, maquinaria pesada trabaja en el derribo de al menos 30 casas, declaradas inhabitables por la falta de estructuras seguras tras el robo de vigas y otros materiales.
El operativo, que comenzó a las 8 de la mañana, se terminó de definir el lunes luego de un fin de semana en el que las ocupaciones de lotes y viviendas fueron una constante.
La decisión municipal de derribar las casas se basó en el peligro de derrumbe, según indicó un funcionario en el lugar. Las paredes parecen sólidas a simple vista, pero al acercarse se ve que son de tergopol revestido con una malla de acero oxidada y una capa de revoque grueso.
Con el paso de los años y el abandono, las grietas se multiplicaron. Las viviendas, sin aberturas ni conexiones a servicios básicos, forman parte de un complejo habitacional inconcluso que comenzó a construirse durante la gestión de la exgobernadora María Eugenia Vidal.
El proyecto tenía como finalidad reubicar a familias afectadas por las inundaciones del río Luján. Sin embargo, problemas de financiamiento dejaron la obra a medio camino, lo que derivó en el deterioro de la estructura y en la ocupación irregular del sector.
“EL AGUANTADERO”
Con el paso del tiempo, la zona se transformó en un refugio de delincuentes. Tanto es así que los vecinos comenzaron a llamarla “El Aguantadero”.
Un referente del barrio relató lo sucedido durante el fin de semana: “El sábado tomaron una parte y el domingo otra. La mayoría de los que llegaron son de Luján, familias que alquilan y no pueden seguir pagando, pero hay otros que no y a esos los tienen identificados y los van a sacar cagando”.
El referente también reveló que “todos los días venía la Policía, cargaba motos que eran robadas y escondidas acá”.
La ocupación no pareciera haber sido organizada por un grupo específico, sino que la información circuló de boca en boca entre los vecinos de distintos barrios de Luján, como Villa del Parque, Ameghino y Juan XXIII, e incluso de otras ciudades cercanas como Moreno.
La Policía se apostó en el lugar el domingo para evitar incidentes. Si bien la situación se mantuvo pacífica, las autoridades persuadieron a los ocupantes para que no levantaran nuevas construcciones precarias.
A pesar del peligro estructural, muchas familias decidieron instalarse en las viviendas ocupadas con la esperanza de regularizar su situación o de al menos quedarse con el terreno tras la demolición de las casas.
En la vivienda identificada con el número 29, un grupo de personas relató su experiencia: “Estábamos viviendo acá desde hace unos días y ahora nos prometieron un lote. Esperamos que sea donde derrumben la casa. La base está buena, pero si subís, se viene todo abajo”.
Otra vecina, con indignación, explicó por qué terminó en la toma: “Vas a pedir a la Municipalidad y por las buenas no te dan nada. Estoy anotada para un lote, tengo 60 años, trabajo y no te dan nada. Todo lo tenés que hacer por las malas. Los lotes los tenés que agarrar de prepo”.
Sobre un colchón en plena calle, una joven madre amamantaba a su hijo. Días atrás había ocupado la casa 5, dejando atrás un alquiler de 150 mil pesos en el barrio San Jorge.
A su lado, otra chica muy joven contó que se metió en la casa 27 tras abandonar su alquiler en Ameghino, donde pagaba 200 mil pesos por una pieza, sin incluir luz y gas para vivir con su hijo y sus hermanos.
Las ocupantes coincidieron en que nunca les avisaron que iban a ser desalojadas. “Nos dijeron que nos quedemos con una carpa porque hay gente que se quiere meter. Firmamos papeles con la Municipalidad y llegamos a un acuerdo: que tiren abajo las casas y nos dejen el terreno. Ahora vamos a ir a La Quema a buscar tarimas para levantar una casilla”, explicó una de ellas.
PROBLEMA ESTRUCTURAL
En el fondo del barrio, en la última manzana, hay un conjunto de unas 10 viviendas. Este sector se lo conoce como “Las Casitas” y fueron objeto de numerosos robos, a tal punto que solo quedaron en pies las paredes.
A pesar de esto, están habitadas. Las familias que allí viven de manera precaria debieron reconstruirlas. “Le ponemos amor, pero se roban todo”, dijo un vecino.
Frente a “Las Casitas” hay un lote que este fin de semana intentó ser tomado. El domingo a la tarde apareció gente que a los gritos dieron la orden de ocuparlo, prendieron fuego e intentaron conectarse de manera ilegal a la luz.
Esta mañana, la Policía se dirigió en gran número para persuadir a los ocupantes a que abandonen el lugar
La situación de marginalidad, delincuencia y desesperación también generó negocios turbios alrededor de la toma. Una vecina denunció que “se vendieron dos casitas por 150 mil pesos” durante el fin de semana.
“El que agarró casita sigue agarrando más. Eso es de avariento”, agregó. Otro testimonio reveló la existencia de vecinos que tienen hasta tres casas tomadas de manera irregular.
“Muchos tienen las chapas que se robaron de otras casas. Acá son re chorros, se roban entre ellos y venden las cosas”.
El problema también se relaciona con la presencia de narcotraficantes en la zona, quienes aprovechan la situación de vulnerabilidad. “Los tranzas mandan a robar materiales a cambio de unos gramos de droga y desvalijan casas en el mismo barrio”, denunciaron.
Ante este contexto, muchos piden un censo que refleje la realidad de los habitantes y evite la reventa de terrenos y viviendas ocupadas de forma irregular. “Acá hay que darle a los que realmente necesitan”, opinó una barrendera.
El drama habitacional en Santa Marta es una postal repetida. Con un Estado ausente o con respuestas tardías e ineficaces, los vecinos quedan atrapados entre la necesidad de un techo, la falta de políticas públicas y el avance de la delincuencia que lucran con la desesperación ajena.
Mientras la maquinaria pesada avanza sobre las estructuras abandonadas, decenas de familias buscan una forma de quedarse en un lugar que, aunque precario, representa su única posibilidad de tener una vivienda propia.