El caso de Cerámica Cortines es un ejemplo del severo impacto que tiene la sostenida caída del consumo y el ajuste. Todo ello combinado con apertura de importaciones, actualizaciones de tarifas energéticas y un acceso al crédito prohibitivo. La situación de las empresas textiles es igual de dramática.
En cinco semanas los bonaerenses tendremos la responsabilidad de acudir a las urnas para elegir a nuestros legisladores provinciales y concejales. Es la primera convocatoria en uno de los pocos territorios en los cuales la figura de Javier Milei no pudo ganar en 2023 y donde su candidata perdió categóricamente frente al gobernador Axel Kicillof.
Hoy prima la apatía. Es el diagnóstico que se repite desde las encuestadoras y que se puede comprobar en cada charla de vecino cuando aparece la angustia de atravesar una crisis que empobrece un poco más cada día. Por ahora parece no haber hartazgo. El crédito al experimento libertario sigue abierto.
De todas maneras, se multiplican las señales de alarma y cierto agotamiento. La apatía suele ser pasiva, inmovilizante, se codea con la indiferencia silenciosa. En cambio lo otro, el hartazgo, el enojo, la pérdida de paciencia, enciende la conflictividad. Todo ello posiblemente se cristalice en los próximos meses, más allá del resultado electoral (incluso el de octubre en las elecciones nacionales).
Sin cambio de rumbo económico no habrá recuperación de ingresos para asalariados, trabajadores informales ni empresarios pymes. El modelo (de crecimiento para pocos sin desarrollo) al que apuntan todas las medidas económicas continúa dejando afuera al mundo productivo. Esto, ineludiblemente, impactará en el humor no sólo de los sectores acostumbrados a gambetear la pobreza sino en una clase media cuyas aspiraciones de movilidad ascendente difícilmente desaparezcan.
En nuestro distrito, como en tantos otros, el caso de Cerámica Cortines es un ejemplo del severo impacto que tiene la sostenida caída del consumo y el ajuste. Todo ello combinado con apertura de importaciones, actualizaciones de tarifas energéticas y un acceso al crédito prohibitivo.
La situación de las empresas textiles es igual de dramática. Con costos de producción al alza y una competencia desleal frente a la posibilidad que tiene el consumidor de llevar a cabo compras internacionales a través de aplicaciones (e-commerce transfronterizo), la consigna es sobrevivir. Ni hablar del comercio a la calle.
La inevitable y previsible consecuencia de una economía que se encoje productivamente son las suspensiones y despidos por goteo frente a un conjunto de dirigentes sindicales acorralados ante la disyuntiva de endurecer su lucha o morigerarla para evitar la pérdida masiva de puestos laborales.
Hay una certeza que le garantiza al gobierno nacional -por ahora- una indisimulada impunidad para continuar con sus políticas de desmantelamiento de lo público y su degradación simbólica sin perder un significativo nivel de popularidad: la narrativa del ajuste inevitable. De la desarticulación de esa claudicación discursiva -que incluso los propios sectores progresistas aceptaron- dependerá en gran parte la recuperación de cierta autoestima imprescindible para encarnar un proyecto alternativo de poder.